I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro del Apocalipsis 22,1-7:
El ángel del Señor me mostró a mí, Juan, el río de agua viva, luciente como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. A mitad de la calle de la ciudad, a ambos lados del río, crecía un árbol de la vida; da doce cosechas, una cada mes del año, y las hojas del árbol sirven de medicina a las naciones. Allí no habrá ya nada maldito. En la ciudad estarán el trono de Dios y el del Cordero, y sus siervos le prestarán servicio, lo verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá más noche, ni necesitarán luz de lámpara o del sol, porque el Señor Dios irradiará luz sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.
Me dijo: «Estas palabras son ciertas y verdaderas. El Señor Dios, que inspira a los profetas, ha enviado su ángel para que mostrase a sus siervos lo que tiene que pasar muy pronto. Mira que estoy para llegar. Dichoso quien hace caso del mensaje profético contenido en este libro.»
Sal 94 R/. ¡Marana tha! Ven, Señor Jesús
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos. R/.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 21,34-36:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.»
II. Compartimos la Palabra
Ya no habrá más noche, porque el Señor irradiará luz sobre ellos.
La última visión del libro del apocalipsis nos presenta «un rio de agua viva» y «un árbol de vida» sorprendentemente fructífero, cuyas hojas tienen también un poder terapéutico. No crean que esto indica el paraíso que nos comenta el Génesis, no se trata de un retorno a aquel jardín cerrado, pues la historia ya no puede repetirse, sino de un paraíso nuevo donde la vida divina, como un rio, se derrama haciendo germinar a toda la creación. Es la comunión perfecta de la vida de Dios y del amor de Dios con los hombres, de los humanos entre sí, y de la armonía cósmica. La historia llega a la plenitud pues Dios y el Cordero han tomado asiento en la ciudad de los rescatados, y éstos le darán culto por siempre. Se alude a la comunión perfecta de Dios y los hombres. La plenitud de la vida que para el hombre consiste en ver el rostro de Dios, pues para esta contemplación hemos sido destinados.
Los rescatados llevan el nombre de Dios en la frente. Dios como un horizonte que nunca desaparecerá de su vida. «Ya no habrá nada maldito… Ya no habrá noche… el Señor Dios alumbrará a sus moradores» en estos versículos se indican el paso de las imágenes a la realidad. La luz que necesitamos los creyentes es nuestro Dios; la medicina que necesitamos es nuestro Redentor; la vida que anhelamos sólo puede ser don de Dios. La venida del Señor que este libro anuncia, pone en movimiento una actitud. El libro no puede mantenerse en secreto, la Iglesia debe leerlo y darlo a conocer, manifestarlo «Mira que estoy a punto de llegar», «¡Dichoso el que preste atención a las palabras proféticas de este libro!», Estamos en camino, entre el ya y el todavía no, sostenidos por la fe y animados por la esperanza.
Así que no nos quedemos estáticos hermanos, ante estas palabras de Jesús. Debemos manifestar el amor de Dios y la gloria del Cordero. A él la gloria por los siglos de los siglos Amen. «Maranatha. Ven, Señor Jesús». (Y lo veremos cara a cara, ¡que maravilloso!)
Estad siempre despiertos para escapar de todo lo que está por venir.
Dos son los aspectos que pone Jesús de relieve en esta parte final del «discurso escatológico»: negativamente, poner en guardia contra el debilitamiento interior; positivamente, invita a tener ánimo y fuerza en vistas al testimonio. Los creyentes tenemos que vivir como el servidor que espera en cualquier momento la vuelta de su señor (Lc 12,37). Los cristianos no debemos sucumbir a las atracciones de este mundo que nos puedan apartar del camino evangélico; para ello es necesaria la oración vigilante. Así podremos presentarnos ante el Señor como juez sin temor a ser rechazados: «pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir».
Ahora bien, la intención principal de Jesús es preparar a sus discípulos para la lucha espiritual. En las palabras de Jesús podemos intuir que, si han de ser temibles los ataques del exterior, no lo serán menos las debilidades interiores. La fidelidad al evangelio exige vigilancia sobre nosotros mismos. «Velad, pues, y orad en todo tiempo». Estas dos actitudes, bien consideradas, no tienen que ver sólo con la vida personal, sino también con la comunitaria; son sobre todo, el indicador de una expectativa y una esperanza que deben consumarse todavía. La vigilancia y la oración son dos comportamientos que reciben su fuerza de su meta: el encuentro decisivo con el Señor resucitado «Manteneos en pie ante el Hijo del hombre».
Todos necesitamos un despertador, porque tendemos a dormirnos, a caer en la pereza, bloqueados por las preocupaciones de esta vida, y no tenemos siempre desplegada la antena hacia los valores del Espíritu. Estar de pie, ante Cristo, es estar en vela y en actitud de oración constante.
Gracias Señor, por ser nuestro despertador con tu Palabra de vida, que cada día nos ofreces y nos anima a estar en vela y en oración, para poder estar firmes en las adversidades y para presentarnos sin temor ante ti. Así sea.
Monasterio Sta. María la Real - MM. Dominicas
Bormujos (Sevilla)